Pecadores con Michael B. Jordan

Ciudad de México.- Ryan Coogler, director de Fruitvale Station, Creed y Black Panther, regresa con Pecadores (Sinners), una cinta poderosa que mezcla el horror, el drama histórico y el comentario social con un resultado tan vibrante como inquietante. Protagonizada por Michael B. Jordan en un doble papel y acompañada por Hailee Steinfeld, Delroy Lindo y Wunmi Mosaku, la película se sitúa en el Mississippi de los años 30, donde el blues se convierte en un grito de identidad y también en una maldición.

La historia comienza con Sammie «Preacher Boy» Moore, un joven golpeado, ensangrentado y con el alma rota, que irrumpe en la iglesia de su padre con el fragmento de una guitarra entre los dedos. A partir de ahí, la cinta nos lleva 24 horas atrás, cuando los temidos gemelos Smoke y Stack (ambos interpretados por Jordan) regresan a su pueblo natal con el objetivo de abrir un club para su comunidad. Exsoldados de la Primera Guerra Mundial y exgánsteres al servicio de la mafia de Chicago, los gemelos representan la dualidad del alma afroamericana: por un lado, la rabia y la supervivencia; por el otro, la nostalgia por una tierra que los expulsó y ahora los teme.

Pecadores mezcla la música con la sangre

El regreso de los gemelos es tan festivo como ominoso. Reparten invitaciones a los vecinos, antiguos conocidos y músicos como el entrañable Delta Slim (Delroy Lindo), mientras preparan una gran fiesta. Pero bajo esta celebración se esconde un conflicto más profundo y oscuro. El blues, esa música que nace en parte del lenguaje y la herencia que “trajeron en la sangre” los trabajadores de los campos de algodón, se vuelve catalizador de una maldición. Y así, la cinta nos revela su giro de horror: los vampiros, una clara alegoría de la opresión blanca, aparecen como seres encantadores que intentan infiltrarse en la celebración para alimentarse, literalmente, de la comunidad negra y esparcir una maldición.

Coogler, fiel a su estilo, no oculta sus intenciones: Pecadores es un homenaje al alma afroamericana, a su música, a su cultura, su resistencia y a sus heridas. El director se toma su tiempo para construir el contexto, delinear cuidadosamente la relación entre los gemelos —dos polos opuestos marcados por el mismo dolor— y poner en juego símbolos potentes como la guitarra de Sammie, un objeto que canaliza tanto belleza como peligro.

La cinta transita con soltura entre el drama intimista y el cine de género. La segunda mitad se convierte en un festín gore con secuencias musicales que son auténticos rituales de liberación. El blues suena, los cuerpos se mueven, los tabúes desaparecen y el pasado —con todo su peso— se convierte en una danza de supervivencia.

Michael B. Jordan entrega una de sus interpretaciones más completas al encarnar a dos hermanos tan parecidos como opuestos. Su actuación es sutil, cargada de matices, capaz de transmitir ternura y amenaza en la misma escena. El elenco secundario, especialmente Lindo y Mosaku, complementa la historia con humanidad y fuerza.

Pecadores (Sinners) no es una película fácil ni rápida. Es una obra que premia al espectador paciente, al que entiende que el horror verdadero no viene con colmillos afilados, sino con la historia misma. Y que a veces, para exorcizar los demonios, hay que cantarlos.

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