Óscar Ibarra Cómplices

Por Óscar Ibarra
Director General de CÓMplices
Twitter: @COMplicesCOM

Hace un par de semanas tuve el privilegio de ser invitado como evaluador a la ronda final del Premio Nacional del Emprendedor. Fue una experiencia extraordinaria en todos los sentidos. Estuve en la presentación de diversos modelos de negocio y de sus correspondientes emprendedores orgullosísimos -con toda razón- de haber creado sus negocios, estar en el proceso de hacerlos crecer y buscar consolidarlos partiendo de una buena idea. Sin embargo, como siempre, hay un pero… o varios.

A pesar de lo ingeniosas, originales y frescas que son muchas de las ideas de negocio que tuve la oportunidad de ver, casi todas adolecen de la falta de conexión con las personas que esperan que sean sus consumidores. Están basadas en lo que a mí me parece que es el síndrome del “yo mero”, porque a varias preguntas sobre cuál es la propuesta de valor frente a su competencia, las razones por las que esperan que los prefieran, la fórmula para crecer y el modelo para llegar al mercado, mencionan respuestas que parecen basadas solamente en lo que “yo mero” creo y pienso.

Esto no tiene nada de malo y sí mucho de bueno porque refleja ese carácter de los emprendedores que van adelante a costa de lo que sea que se presente en su camino. Seguramente, de otro modo no habrían llegado a esa etapa. Al verlos y escucharlos me parece que ellos inspiraron la frase que dice que la diferencia entre persistencia y necedad son los resultados. Indudablemente, son una muestra de persistencia.

Desafortunadamente, no todos parecen tener claro qué esperan sus posibles consumidores y cuáles serán los pilares en los que van a apuntalar su crecimiento. Varios de ellos mencionaron que su ventaja competitiva estaba en ser jóvenes, mexicanos, estar iniciando su negocio y… ofrecer precios más bajos que los competidores internacionales. Otros esgrimían otros argumentos pero igualmente terminaban en un precio bajo. Y algunos, los menos, simplemente no lo sabían y no lo habían pensado, ocupados en echar a andar la idea para tener un producto acorde a sus sueños, pero en algunos casos lejano de las expectativas de sus posibles consumidores.

Pareciera que el mundo de las marcas y lo que éstas representan como depositarias de valor y confianza para las personas es un elemento que no está en la ecuación de ninguno de ellos. En sus estructuras de costos seguramente no tienen un renglón de mercadotecnia y publicidad que permita asignar un porcentaje de las ventas a la construcción de su marca, único vehículo que los podría transportar al futuro con un grado de certeza tan alto como el que ellos mismos decidan construir.

Con base en esto, me atrevo a afirmar que sería altamente deseable que contaran con un modelo de desarrollo sencillo y accesible que les permitiera entender qué potencial real tienen sus ideas en el mercado y cómo conquistar a sus consumidores para crear valor en una marca y capitalizar a largo plazo. De otra manera, estarán siempre en el riesgo de ser desplazados por otros emprendedores que entiendan más profundamente a sus consumidores y decidan satisfacerlos mejor. Una situación que los coloca en la posibilidad de ser uno de los nueve emprendedores que se ven obligados a cerrar en pocos años.

Hay que apostar por multiplicar a los que sobreviven esos primeros años y apoyarlos a crecer con cimientos sólidos y realistas. Necesitamos más empresarios mexicanos listos para competir exitosamente en sus mercados. La industria de la comunicación necesita más empresarios invirtiendo en la construcción de marcas que enfrenten a los gigantes de siempre.

Hay quienes tienen las grandes ideas y quienes tenemos los modelos para su desarrollo exitoso. Sólo falta encontrarnos y convertirnos en CÓMplices.

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