Por Roger Darashah
Socio fundador de Latam Intersect PR
Los usuarios se han convertido en presas de una guerra implacable por la atención, por lo que las agencias que no actúen en alianza con sus influencers pronto serán vistas como intermediarios prescindibles. Mientras el resto del sector de la comunicación avanza hacia un modelo de consultoría —que valora el aporte creativo y estratégico, y exige responsabilidades a las agencias de comunicación y marketing—, la colaboración con influencers, al parecer, ¡no ha recibido el memorándum!
Hoy en día, el trabajo con figuras públicas requiere de un pensamiento estratégico real: alineación con la marca, gestión de riesgos reputacionales, afinidad auténtica con la audiencia, flexibilidad de campaña, previsión contractual y medición significativa. Y aun así, muchas agencias siguen cobrando por comisión, como si su aporte no fuera más que una tajada de lo que cobra el influencer. Sólo pasan la tarjeta, están ahí para la transacción, nada más.
Seamos sinceros: incluso ese papel ya se está volviendo obsoleto. Cualquiera puede contactar al representante de un influencer. Lo que las marcas necesitan (y lo que realmente distingue a las agencias) es inteligencia, pensamiento estratégico y narrativa creativa para impulsar cada colaboración. Esto es lo que logra sobresalir entre el ruido, captar atención y poner a los clientes en ventaja en esta economía de la atención de alto riesgo.
Las agencias de comunicación deben aportar estrategia y creatividad en el marketing de influencers
La forma en que una firma cobra por sus servicios dice mucho sobre cómo se valora a sí misma. Abogados, consultores, arquitectos… todos confían en la hora facturable. Porque venden pensamiento.
En más de 30 años en la profesión, he visto cómo la industria de relaciones públicas ha ido adoptando este formato, destacando los elementos creativos y estratégicos de su propuesta. Un antiguo empleador incluso insistía en referirse al negocio como una “firma” en lugar de una agencia, alineándose con despachos legales y consultoras, con todo y “horas facturables”.
Este énfasis en el valor intelectual ha ayudado a que el campo supere los resultados prefabricados, resistiendo el modelo de “enjuagar y repetir”. Los clientes que valoran el trabajo distintivo suelen buscar transparencia respecto al tiempo, el pensamiento y la experiencia implicados en su entrega.
Actualmente, la mayoría del trabajo con influencers carece por completo de esto: sin referencia a investigaciones, sin desarrollo de contenido ni co-creación, sin planificación, mitigación de riesgos ni alineación con tendencias, sin verificación de autenticidad ni análisis de adecuación a la audiencia… de hecho, sin pensamiento alguno. Solo un porcentaje del tarifario del influencer.
Esto no sólo devalúa el papel de la agencia, sino que va directamente en contra de los intereses del cliente. Su trabajo debería ser negociar, no solo costos, sino valor; construir relaciones que puedan rendir más: plataformas adicionales, publicaciones reactivas, compartición de contenido de campaña, entrevistas en medios beneficiosas tanto para el influencer como para la marca. Mucho de esto es posible sin necesidad de reescribir contratos, pero solo si se cultiva estratégicamente la relación.
En nuestra firma abordamos cada campaña desde la perspectiva del influencer: ¿Cómo puede la marca fortalecer su perfil? ¿Podemos ayudarlo a visibilizar su activismo, su causa, su lado más humano? ¿Podemos sumarle valor real más allá del producto? Este tipo de colaboración genera impacto. Y marca la diferencia.
El punto es simple: si el trabajo no se piensa, no vale. Y si las empresas de comunicación y marketing no defienden su aporte estratégico, otros actores lo harán por ellas. El mercado está cambiando. Es hora de que el marketing de influencers lo entienda también.
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